Artesanía y turismo: eslabones de una cadena que resiste adversidades
Santo Domingo.- Los turistas extranjeros y nacionales encuentran en República Dominicana un abanico de atractivos; la artesanía es uno de ellos. Los hacedores de piezas –muchas de ellas marcadas por la historia y las leyendas– invitan a visitantes y coleccionistas a llevarse consigo un pedacito de esta tierra.
En un mundo cada vez más globalizado las tradiciones y el folclor de los pueblos sobreviven en constante amenaza. La artesanía, por ejemplo, le tiene que hacer frente a objetos sin alma, y más baratos, importados en masa desde Asia. De ahí el imperativo de proteger y defender a toda costa este noble oficio para que no se borre la identidad cultural de poblaciones y comunidades que desde hace siglos transmiten, de una generación a otra, habilidades y conocimientos que hoy mantienen vigencia.
La artesanía dominicana es un reflejo de la rica cultura y diversidad del país. A pesar de los desafíos actuales, sigue siendo una parte integral de la economía nacional y una fuente de orgullo. Con la adecuada inversión y el apoyo a este segmento, de la mano de una visión estratégica, la artesanía dominicana tiene el potencial de florecer aún más y beneficiar a los artesanos, las comunidades locales, al sector turismo y a la economía en general.
De las muñecas sin rostro a la joyería en larimar
La artesanía dominicana es una expresión de la cultura popular que fusiona influencias aborígenes, españolas y africanas. Un símbolo emblemático de la dominicanidad son las “muñecas sin rostro”, de Moca, aunque existen variantes en otras localidades (Bonao, Baní y San Cristóbal). Su ausencia de rasgos faciales es una evidencia del mestizaje que nos distingue. Estas muñecas de barro representan a mujeres trabajadoras de rostros anónimos, cuyas figuras de vendedoras de café, frutas y flores reflejan la vida cotidiana.
En alfarería también son populares las obras con motivos taínos modeladas a mano en Jarabacoa, La Vega y Monte Plata. Se trata de cemíes, vasijas y botijas que se inspiran en estudios antropológicos. Y si hablamos de calidad, no podemos dejar fuera “las casitas de Chavón”, pequeñas casitas de cerámica inspiradas en las fachadas de Altos de Chavón.
En madera sobresalen pilones, cayucos, bateas, mesas, sillas, mecedoras, instrumentos musicales y un sinnúmero de piezas decorativas y utilitarias. La producción de cestería, a partir de fibras naturales, es amplia por igual. En cuanto a la joyería, se destacan las piezas en ámbar y larimar (pectolita azul), esta última una piedra semipreciosa que solo se encuentra en Barahona, República Dominicana, y es valorada por sus hipnóticos tonos azules.
Un sí rotundo a la artesanía local
El desarrollo sostenible de un país se basa también en tener en cuenta el producto local, ese que crea el artista del pueblo con materiales brotados de la propia naturaleza en ocasiones, y que es esencia pura del patrimonio. Se debe defender el rol del artesano como parte de la economía y del turismo a todos los niveles posibles.
Es vital que la sociedad reconozca el valor de la artesanía como expresión cultural de su pueblo y, por tanto, la trate con el respeto que merece. Una forma de lograrlo es mediante la promoción de los productos artesanales. Es indispensable hacerles ver a las nuevas generaciones lo que representa la artesanía local, que se trata también de una forma digna de trabajo que a su vez preserva las tradiciones y el sentir de un pueblo, su cultura y sus raíces.
El apoyo a los artesanos en la comercialización de sus productos y en su formación integral es un peldaño más en el proceso de encumbrar la artesanía en el turismo. Es preciso colaborar en su formación y aprendizaje de técnicas de producción así como marketing y diseño, además de abrirles las puertas en ferias nacionales y brindarles la oportunidad de participar en ferias internacionales (la participación en FITUR, España, no ha dejado indiferentes). Sin duda, una mejor calidad del producto se traduce en mejor reconocimiento del visitante y de los coleccionistas.
La artesanía dominicana tiene un gran potencial para contribuir al desarrollo sostenible. Muchos artesanos están adoptando prácticas ecoamigables, al utilizar materiales reciclados o sostenibles y promover técnicas tradicionales que respetan el medio ambiente. Estas prácticas no solo ayudan a preservar el entorno, sino que también añaden valor a los productos en un mercado global cada vez más consciente de la sostenibilidad.
Es fundamental establecer políticas que protejan la artesanía local, como una manera de cerrar filas a objetos fraudulentos y de producción masiva que pretendan arrasar con la autenticidad que brota de manos dominicanas. Es preciso establecer la obligatoriedad de la certificación de productos artesanales e imponer sanciones por la comercialización de piezas sin certificación adecuada.
Aunque la artesanía dominicana ha visto un aumento significativo en calidad y participación de artesanos, solo el 20 % de los objetos artesanales vendidos a turistas son de origen dominicano; el 80 % restante es fabricado en el extranjero.
Un reporte del periódico Hoy, de fecha 6 de enero de 2024, señala que República Dominicana exporta artesanías a más de 15 países, y unas 40,000 familias perciben ingresos de esa actividad. Sin embargo, la resolución del Ministerio de Turismo (Mitur) que exige que el 80 % de las artesanías vendidas sea de producción local no se está cumpliendo, por lo que los gremios de artesanos solicitan al Estado incrementar gradualmente el porcentaje de artesanías locales en el mercado.
La artesanía, aliada del turismo de voluntariado
La solidaridad, tan inherente a la naturaleza humana, también se manifiesta en el sector de la artesanía. Un ejemplo destacado es el de Esther Mendioroz, residente de Sangüesa, Navarra, España. Su espíritu solidario la llevó a Santo Domingo a finales de mayo de 2008, donde utilizó su talento para enriquecer las vidas de mujeres dominicanas de escasos recursos.
Sin dudarlo, cruzó el Atlántico. En la Primada de América la esperaba un sacerdote navarro de la orden de San Vicente de Paúl, quien organizó su estadía y sus actividades en Los Mina, un barrio desfavorecido en la zona oriental de la capital dominicana. Esther trajo consigo telas, tijeras, elementos de costura, revistas de patrones y otros materiales obtenidos gracias al entusiasmo de las alumnas de su taller en Sangüesa, quienes realizaron mercadillos solidarios para recaudar fondos.
En conversación con Dominican Today, Esther rememora aquellos mágicos momentos vividos en esta media isla: “Esa experiencia perdura en mi memoria con infinito cariño. Es difícil describir la satisfacción de poder ayudar a personas sin muchos recursos. Esas mujeres me recibieron con los brazos abiertos. Les enseñé a hacer lo que más me gusta y creo que conseguí abrirles un mundo de posibilidades”.
Les impartió clases de patchwork, una técnica de costura, muy popular en países anglosajones, que reutiliza retazos de tela para crear nuevas piezas. Tuvo cuatro grupos de 20 mujeres cada uno y las condiciones no eran las más óptimas, pues para el taller solo contaba con dos máquinas de coser manuales y no se podía planchar por la falta de luz. Además, imperaba la escasez de retazos o ropa vieja para hacer las nuevas confecciones.
A pesar de los pesares, las alumnas dominicanas aprendieron, durante un mes, a hacer bolsos, cojines, broches de colores y otras manualidades y piezas que después lograron comercializar. Incluso, una de ellas, recuerda Esther, pudo abrir una pequeña tienda en la zona, donde vendía lo que confeccionaba.
La artesanía, ya sea como parte del turismo artesanal o como excusa para hacer turismo de voluntariado –como el caso de la española Esther Mendioroz–, es una forma de unir lo utilitario y lo estético, se alza como un baluarte de resistencia cultural y constituye un símbolo de la riqueza patrimonial de los pueblos.
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Por Anita González Sigler
Redactora, escritora, diseñadora y artesana
lunaparche@gmail.com